Un día de
invierno
Ha
dejado de soplar el viento
con
tanta fuerza
que
parecía una maldición.
También
el cielo ha recogido
su
obscuro manto de nubes
como
angustiosas pesadillas.
Mientras
duró la tormenta
nadie
brincaba por las calles
anegadas
y solitarias.
Las
cristaleras empañadas
permitieron
dibujar con el dedo
algunos
corazones atravesados
con
su flecha enamorada.
Las
bombillas parpadearon
al
paso de los ángeles custodios
por
la estancia mortecina.
En
las tabernas se recogieron
los
compadres para rellenar
sus
botellas medio vacías.
Quienes
tenían el amor al lado
aprovecharon
para sobarse
escondiendo
las manos
o
se estiraron en el catre
alargando
la coyunda un poco más.
No
creo que a las iglesias
acudieran
los parroquianos
implorando
piedad,
ni
que los alguaciles
salieran
a distribuir
su
particular inquisición.
Cada
alcoba fue un refugio
para
las almas asiduas
buscando
a sus dueños.
Un
espíritu sigiloso
fue
borrando todas las huellas
olvidadas
sobre las aceras.
Para
nadie pasó desapercibida
el
recreo de las musas
y
su chaparrón de nostalgias.
...Estas
cosas pasan
cuando
los dioses se distraen
y
dejan de organizarnos la vida.
Manuel Silván