Sobre la locuacidad

...cuando hables, procura que tus palabras sean mejor que tu silencio.

18 de junio de 2010

ADIOS, PARA SIEMPRE




Querida mía, amor mío:

No sabes cuanto te echo de menos. No imaginas lo que añoro tus caricias, tu consuelo, nuestras alegrías, tantas historias que nos contamos y tantos sueños que construimos para nosotros solos.

Tus abrazos, tus silencios, tu mirada, nuestros secretos, nuestras miradas, nuestros silencios, nuestros abrazos. Las noches increíbles que temían recogerse al alba, los amaneceres despiertos abrazados y envueltos en la magia de nuestro amor.

¿Crees que me he olvidado de ti?... ¡Nunca podré olvidarme de ti!

¡ Nada ni nadie logrará jamás borrarte de mi vida! ¡Nada ni nadie podrá borrar jamás los surcos que has dejado en mi corazón!

Mientras compartimos la vida, fuimos los más grandes, los mejores del universo, de los de antes y de los de ahora. Nada ni nadie logró ser obstáculo para nuestros proyectos, ni antes ni ahora tampoco se atreverían a intentarlo. Lo nuestro fué increíble, pero cierto.

El tiempo y la distancia siempre han sido nuestros mayores enemigos, los únicos que lograban, alguna vez, contraernos el rictus y la sonrisa. Fueron los únicos que lograron romper el silencio de nuestras conversaciones íntimas.
Nos decíamos ¡te quiero!, porque deseábamos, a muerte, tenernos para siempre. El uno al otro, poseídos incontestablemente, sin fisuras ni flaquezas, a puro canto vivo. Nos deseábamos tanto que hasta nos hacíamos daño. Tanto que olvidábamos respetarnos. Tanto que empezamos a exigirnos tanto como no debíamos. Ni tú ni yo podíamos darnos más, pero cada vez deseábamos tenernos más, sercada vez  mas dueños el uno del otro.

Nuestro amor podía sobre nosotros y además tampoco pudimos evitarlo. Lo nuestro era un suicidio cantado, una enfermedad incurable que produce grandes sufrimientos. Una continua y permanente angustia que duele mucho, que no da tregua alguna, ni oportunidades para rehacernos.

Nuestro amor nos dolía tremendamente, aún hoy nos duele. Nos duele mucho y no debemos permitirlo nunca más.

Cada vez que pienso en ti, te deseo con todas mis fuerzas, quiero estar contigo aunque sólo sea un instante, tomarme un milímetro cúbico de tu aliento, deleitarme con el sabor de tu beso fresco, embriagarme de ti con los ojos cerrados mientras me transporto al etéreo paraíso de los milagros permanentes.

Contigo no importa que me destruyas el sosiego, mi adecuado comportamiento, mis relaciones sociales, mi familia, mis proyectos de futuro, mi sueño diario tan imprescindible, mis tragos largos de agua fresca, mis paseos con las musas por los campos tranquilos, ni que rompas de un solo tajo el lienzo amable de mi sabiduría.

Teniéndote, dispongo de todo lo deseable, de todas las cosas y más, pero no son de este mundo, tampoco sé si lo serán algún día, aunque los viejos del lugar dicen que no puede ser, que la vida no es así y como no me importa, me voy destruyendo poco a poco haciendo sufrir a todos los que tienen algo que ver conmigo y mis historias.

Nuestro amor nos hizo daño, aún hoy nos hace daño. Nos hace mucho daño y no debemos permitirlo ni un minuto más. Hablo contigo de mí y supongo que lo suscribirías a la inversa.

Nunca podré olvidarte y te amaré siempre, pero no puedo seguir así. Tú tampoco puedes. Guárdame en el olvido pero íntegramente, sin destruirme, intacto como nuestros anhelos, por si algún día tenemos que desempolvar el libro de los sortilegios y aplicarnos alguna sobredosis de sus recetas para retomar al camino  hacia la felicidad, definitivamente.

Lo siento, amor, lo siento muchísimo, pero ya no puedo seguir más contigo, te dejo para recuperar mi vida.

Adiós, amor mío. Adiós, para siempre, cocaína.