Sobre la locuacidad

...cuando hables, procura que tus palabras sean mejor que tu silencio.

18 de febrero de 2013

Cartas de amor ciego para imaginarse correspondido


CARTA PRIMERA
  
Dulce amada:
En ésta noche de soledad compartida, quiero enviarte por medio de nuestras intenciones invisibles un deseo imperturbable de ternura y amor infinito.
Quisiera que mis besos de mil sabores templados a la brisa marismeña
acunen los pliegues del delirio que llevan prendidos
y que la seda de tu piel se empape de ellos para cuando regrese hasta mí,
envolviendo tu aroma, embriague la noche que hoy tan esquiva se me antoja.

No sé hasta cuanto sumas de mi amor, ni siquiera cuanto soy capaz de sumar yo.

No puedo evitar amarte a cada instante, ni dejarlo para otro momento.
Formas parte de mi torrente vital, de mis vahídos y hasta mis argucias
para confundir la paz con el deseo de tenerte prendida del corazón,
aunque no pueda siquiera latir como máquina imprescindible para existir.
Vivo como loco envenenado por tu mirada, prisionero de tus abrazos cálidos,
de los susurros livianos que me regalas tan de cerca que me derriten las sienes.
No quiero acostumbrarme a vivir sin ti y aunque tuviese que pagar
cien veces tu rescate al alfaquí que te esclaviza,
cien veces daría cien para obtener tu libertad y rendirme a tus encantos,
majestad de mis perpetuos anhelos.
Dime, amor, si cuando se me sequen las palabras dignas para tu elogio,  
serías capaz de alimentarme en tus mazmorras
aunque sea lo justo y necesario para poder contemplar la esbeltez de tu figura
entre las bisagras mohosas de mi cautiverio.
Si alguna vez  no regresaran mis ecos desde tu memoria,
no me mandes náyades para consolarme porque sería imposible
redimir mi hidalguía hasta ver humillado a mis pies el monfí
que osó sesgar los hilos de nuestro celestial mensajero.
Si alguna vez dejas de amarme, no me importa tanto que así sea,
como si me lo haces saber, porque prefiero vivir en la ignorancia antes que sufrir tu desamor.

Yo seguiré venerando a quien puso en mis labios el néctar de la vida y el deseo,
el jugo bendito de tu vientre, el delirio trémulo de tus muslos nacarados
y los arpegios furtivos que se descuelgan de tus cabellos empapados.
Cuando recibas esta, posiblemente se estremezcan mis huesos
y podré volver a soñar de nuevo.

Hasta entonces te espero con impaciencia.


CARTA SEGUNDA
Luz de mis sueños, amada mía:

Hoy se abrió la mañana como un espasmo,
descorrieron los visillos del sueño un tropel de musas embaucadoras.
Han violado mi espacio de felicidad, allí donde tu habitas
en concierto mágico con mi existencia.

Me ha dolido volver al mundo, sin despedirme de ti, así de sopetón
y con las heridas abiertas por tu ausencia, bocarriba y sangrantes.

Me han abandonado los querubines del nirvana,
huyendo despavoridos ante la magnitud de mi tormento,
incapaces de consolarme la vida y temerosos de perecer 
ante la riada de lágrimas que se avecina.

Necesito respirar de tu boca, mirar con tus ojos,
caminar asido a tus manos como indefensa criatura sin destetar.
Necesito secarme el sudor mustio del olvido con el confort de tus cabellos,
mecerme en la tersura de tu cobijo, embriagarme con el aroma confidencial de tu aliento.

Prefiéreme, te lo suplico, a todas las criaturas del universo.
Soy yo quien  más te ama y quien mejor defenderá nuestro baluarte,
soy el más celoso guardián de tus encantos, el muyahidín de tu alcazaba,
el cardenal supremo del sínodo eterno para el amor.

Ámame como yo te amo, susúrrame desde cerca
palabras dulces que alimenten mi alma desconsolada.

Hoy, desde que comencé a caminar llevo sobre mí una multitud de pajarracos
revoloteando en coro, esperando que desfallezca
 para devorarme el corazón henchido de amor,
huérfano de ti que se me llevó la distancia
y huele, duele, muele y remuele mis anhelos hasta las cumbres nebulosas del deseo.

Hoy, casi sin vida, si es que esto es vida,
reclamo a voz en grito que retornen los forillos del sueño
y me devuelvan sus historias tan gozosas y generosas,
siendo tú la protagonista y yo el galán que te adora.

Hoy quiero soñar llevándote sobre mi montura en un cimarrón invencible,
negro como el azabache, reluciente y brioso como ningún otro,
galopando por los horizontes infinitos del amor  
y que los vientos revuelvan tus cabellos con la brisa de los campos en flor
hasta llevarnos al vergel abandonado por Eva.
Allí pediremos al Eterno que nos conceda el derecho
a propiedad perpetua de nuestra morada gloriosa.
Ciérrame los ojos, cuando desde los tuyos se derrame
la lágrima que necesito para firmar ésta carta que te remito,
apasionado, como el beso que la sella.





1 comentario:

Angela Garcia Limón dijo...

¡¡Qué bella carta de amor!!. Es emocionante y extraordinaria. Una obra maestra del lirismo y un legado maravilloso para los amantes.

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