Dábase la
puerta
en su empeño,
crujir,
relatar desde
sus goznes
y permitirse
abierta.
No dejaba
pasar intrusos
ni tampoco
sensaciones ajenas.
Era como,
dándose al uso,
encelar el
cautiverio de las penas.
Alguna vez,
me sonaba
como si se le
cayera la pintura
o quizás
fuese mi cordura
que a vejez
repicaba.
Lo cierto es
que me valía
como amiga y
compañera
- la puerta
digo-
que dejaba
salir lo que no debía
y quedarse
con lo que fuera.
A veces, la
oía crujir,
otras me
sonaba a muertos,
muertos sin
carne, sin besos,
ni trompetas,
ni versos,
sólo me hacía
estremecer
la música de
aquel silencio.
Una vez, la
única, abrió su misterio
para señalar
mi cierto destino
y no advertí
si se fué o vino
tan soló que
de pronto
pasé de vivo
a muerto
y de persona
a divino.
Manuel Silván
15/12/2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tus comentarios alimentan mi sabiduría