Sobre la locuacidad

...cuando hables, procura que tus palabras sean mejor que tu silencio.

3 de junio de 2014

El vagón de los malditos

Hoy, quiero hablarles, a los que me quieran oír, del vagón de los malditos. Ese que forma parte del tren de la vida. Un tren que sólo hace un recorrido y en una sola dirección. Para todos es lo mismo, siempre lo mismo. En ése tren vamos montados todos. Nadie, absolutamente nadie se queda fuera.
El convoy lo compone una infinidad de vagones, de distintas categorías y dependiendo del asiento que corresponda, según las circunstancias de cada cuál, sean las que fueren, se podrá viajar por la vida de una manera u otra.
Ha de saberse que es posible cambiar de vagón, una vez iniciada la singladura.

Hoy, quiero hablarles, a los que me quieran oír, del vagón de los malditos. Ése que va repleto de gente, buscando su acomodo a base de egoísmos, soberbia, rencores, frustraciones, maldiciones y otras patrañas, empecinados en subsistir, contra viento y marea en aquel caos de inmundicias.

Es un vagón que circula a la misma velocidad que el resto, transcurre por los mismos paisajes y hace las mismas paradas que el destino ha otorgado a cada cual. Cuando esto ocurre, al que le toca se tiene que bajar. Sí o sí, no hay alternativas.

Es un vagón que tiene los cristales de las ventanillas casi opacos de tanta mugre, malos vahídos, basuras, desechos, exabruptos, babas, manotazos y refriegas para aclararlos que no consiguen sino ensuciarlos más. Desde allí no se puede gozar con los paisajes que ofrece la vida, todos viajan arremolinados, hediondos, sudorosos de tanto esfuerzo, infectados de vicios, contaminados hasta en los forros, sabios de ignorancia supina, pisándose unos a otros para ver mejor lo que pasa, para sisar las emociones, disfrutar de ignominiosas prebendas, alzando la voz para imponer unas razones que a ninguno asiste, para imponerse sobre la cordura de la todos carecen. Algo realmente abominable, créanme, yo también estuve allí, pero me cambié de vagón.





Pensaba que me iba a costar mucho trabajo, pero resultó bastante más fácil de lo que suponía. En determinado momento advertí una mano tendida desde fuera y cuando la toqué, sentí tal estremecimiento que me aferré a ella y desde entonces no estoy dispuesto a soltarla nunca más, pero sí a tender la otra que tengo para que quien lo desee pueda cambiar de vagón.


Desde el momento que puse un pié allí, empecé a ver las cosas de otra manera, pude observar la grandeza del paisaje. Ya les digo que es el mismo para todos los viajeros del tren de la vida, pero sus cristales estaban limpios como el aire que se respiraba y la serenidad de los rostros de aquellos viajeros, me cautivó al instante. Todo era diferente de cómo habían sido mis horas en el vagón de los malditos.


Para cambiar la forma de viajar, sólo son necesarias dos cualidades de imperioso cumplimiento: Respeto y Dulzura. No se admite más equipaje. Todo lo que lleves habrás de abandonarlo antes de saltar dentro. La repleta maleta de las cosas queridas, las propiedades impropias, las aptitudes y actitudes no valen para nada en aquél lugar. Hay que dejarlas detrás, abandonarlas al pairo de aquellos malditos y no te preocupes que ya darán buena cuenta de todo lo que te pertenecía.

Debes dejarlo todo, absolutamente todo. Tan sólo tú eres responsable de tu destino y a donde vás, tan solo tú  tendrás que dar cuenta de la existencia que has elegido.

Cuando el tren de la vida se pare en la estación que te corresponda, advertirás que ha merecido la pena cambiar de vagón, aunque solo sea un instante por ínfimo que pueda parecer. Nunca es tarde, pero sí es necesario y créeme, yo estuve allí. Realmente merece la pena salir del vagón de los malditos. Cuando lo hice, me cambió la vida, el talante, el aspecto, la conciencia, al amor, la mirada, la voz…todo, me cambió todo y puedo certificar que nunca más volveré sobre aquellos malditos pasos que me amargaron la existencia. Sin darme cuenta de nada, estaba viajando en el vagón equivocado. Tenía la No era capaz de disfrutar con las cosas hermosas, la familia, los amigos, los arrullos del silencia y les melodías entrañables porque siempre andaba buscando la felicidad, sin advertir que la tenía delante y no me daba cuenta. Nunca más caminaré en sentido contrario a la marcha del tren.


Ya les digo: cuando veo a través de los cristales limpios de mi nuevo aposento, la cara de los  pasajeros que se bajan del vagón de los malditos y la de quienes lo hacen desde el vagón de la armonía, comprendo lo que significa poder llegar a tu destino con el corazón henchido de placer, satisfecho de haber rectificado a tiempo y tranquilo, muy tranquilo para afrontar lo que haya de venir.


Un consejo, si ves aparecer una mano tendida delante de ti, no la sueltes y salta cuanto antes porque merece la pena. Te lo digo yo que estuve allí.



Manuel Silván
28.05.2014
    

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