Sobre la locuacidad

...cuando hables, procura que tus palabras sean mejor que tu silencio.

9 de abril de 2015

¿Quien hablará por mi?





Cuando se me apague la voz 
y los ojos se retuerzan en sus cuencas vacías buscando la rendija diurna donde asomarse,
 ¿quién hablará por mí?.

Cuando falten a diana las fuerzas casi desgastadas que aún me asisten
y los fervores que me cobijaron por la noche para calentarme las esperanzas, 
¿quién hablará por mí?.

Ahora que aún me doy cuenta de las cosas banales
 para no prestar al desahogo de la vida más importancia que la debida, 
ahora que los hijos todavía siguen sin beber las palabras 
que de mi precaria sabiduría dimana con objeto de subsistir un poco mejor, 
ahora que todavía no me doy miedo, 
ni me avergüenzo de haber sobrevivido a tantos errores franqueados, 
ni llevo puesto al día el registro de mis arrugas conquistadas…
ahora es cuando me pregunto, 
¿quién hablará por mí cuando me vaya?.

Se quedaran atrás, habitando el olvido, 
tantas vicisitudes como muescas envuelven mi corazón 
ahora que todavía sigue latiendo y hasta que su hálito diga hasta aquí hemos llegado.

Dejarán de existir los amores habitantes de la memoria ufana 
y los que aún se regodean en las praderas de la felicidad cotidiana, 
aquellas tribulaciones para mantenerlos con vida tanto como fuera posible 
y esos otros que pasaron de puntillas rozando la inmoralidad 
pero que también sirvieron para mantener la forma y la razón de ser.

Tampoco servirá para justificarme, por ignorados, 
los ímprobos esfuerzos para mantener el caldero con guisado 
y la gabela obligada para el sustento de la prole. 
Si no voy a ser capaz de hacerlo 
¿quién hablará por mí?.

Cuando tenga que decir todas las verdades 
que nunca fui capaz de soltarle a la cara de mis arrogantes adversarios 
y no pueda decir ni esta palabra es mía aunque jamás la dijera 
¿quién hablará por mí?.

Quizás mi última compañera de vida, 
si es que aún me reserva el destino la suerte de disponerla junto a mi lecho, 
quizás digo y deseo que levantase la voz mía extinguida 
para decir tantas cosas propias confiadas a su esmero 
como no fui capaz de hacerlo yo cuando debía, 
más que nada, por dejar dicho que había pasado por aquí este bardo, 
alquimista de las palabras, leal y fiel servidor del ingenio, medio loco de amor, 
incansable golondrino de colores, adorador de sueños imposibles, 
tránsfuga de las horas, algo chinche, crápula e insolente…

Por poner fin, 
hoy me ha dado por pensar que cuando yo no pueda 
¿quién hablará por mí?.


Manuel Silván
9/4/2015    

      

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