Cuando se me apague la voz
y los ojos se retuerzan en sus
cuencas vacías buscando la rendija diurna donde asomarse,
¿quién hablará por mí?.
Cuando falten a diana las fuerzas casi desgastadas que aún
me asisten
y los fervores que me cobijaron por la noche para calentarme las
esperanzas,
¿quién hablará por mí?.
Ahora que aún me doy cuenta de las cosas banales
para no
prestar al desahogo de la vida más importancia que la debida,
ahora que los
hijos todavía siguen sin beber las palabras
que de mi precaria sabiduría dimana
con objeto de subsistir un poco mejor,
ahora que todavía no me doy miedo,
ni me
avergüenzo de haber sobrevivido a tantos errores franqueados,
ni llevo puesto al
día el registro de mis arrugas conquistadas…
ahora es cuando me pregunto,
¿quién hablará
por mí cuando me vaya?.
Se quedaran atrás, habitando el olvido,
tantas vicisitudes
como muescas envuelven mi corazón
ahora que todavía sigue latiendo y hasta que
su hálito diga hasta aquí hemos llegado.
Dejarán de existir los amores habitantes de la memoria ufana
y los que aún se regodean en las praderas de la felicidad cotidiana,
aquellas
tribulaciones para mantenerlos con vida tanto como fuera posible
y esos otros
que pasaron de puntillas rozando la inmoralidad
pero que también sirvieron para
mantener la forma y la razón de ser.
Tampoco servirá para justificarme, por ignorados,
los
ímprobos esfuerzos para mantener el caldero con guisado
y la gabela obligada
para el sustento de la prole.
Si no voy a ser capaz de hacerlo
¿quién hablará
por mí?.
Cuando tenga que decir todas las verdades
que nunca fui capaz
de soltarle a la cara de mis arrogantes adversarios
y no pueda decir ni esta
palabra es mía aunque jamás la dijera
¿quién hablará por mí?.
Quizás mi última compañera de vida,
si es que aún me reserva
el destino la suerte de disponerla junto a mi lecho,
quizás digo y deseo que
levantase la voz mía extinguida
para decir tantas cosas propias confiadas a su
esmero
como no fui capaz de hacerlo yo cuando debía,
más que nada, por dejar dicho
que había pasado por aquí este bardo,
alquimista de las palabras, leal y fiel servidor
del ingenio, medio loco de amor,
incansable golondrino de colores, adorador de
sueños imposibles,
tránsfuga de las horas, algo chinche, crápula e insolente…
Por poner fin,
hoy me ha dado por pensar que cuando yo no
pueda
¿quién hablará por mí?.
Manuel Silván
9/4/2015
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