Sobre la locuacidad

...cuando hables, procura que tus palabras sean mejor que tu silencio.

25 de marzo de 2015

Con sello y firma

En esta mañana sucinta de primavera cuando ya se han retirado hasta luego los letargos de la pernocta, no celebramos nada en especial pero todavía me duelen las pestañas de recogerme las lágrimas emocionadas que se me saltaron ayer.

Sé cuánto te gustan las pasadas rasantes sobre las emociones que desprenden nuestros corazones cuando vuelan a unísono y dejan atrás las plazas abarrotadas, los salones recargados de collares falsificados, las palabras groseras de cualquier infradotado con aires de capitán artificial, los malos amores que dejaron heridas profundas en vez de huellas indelebles, los claroscuros de la memoria en otoño vital, las mareas lánguidas de aquella juventud lejana y sorda que apaga sus colores cada vez más a menudo.

Sé cuánto gustas de tomarme las manos y llevártelas entre tus pechos serenos para soñar con aspiraciones de amor eterno, mirando mis ojos desde tu altura de mujer inmensa para sembrarme de lágrimas dulces una felicidad tan honda como el suspiro que la acompaña.

Ya sabes que yo nunca falto a la cita de nuestros silencios y que jamás recito poesías cuando estoy haciendo los deberes para sabio, ni cuando estoy alimentándome de palabras para dedicártelas cuando hayan hecho la digestión.

Ya sabes que me seduce sorprenderte recogiendo flores de papel o cazando vientos de colores con tus abanicos mágicos, también me reconforta la melodía de tu voz susurrándome que escriba pronto la crónica de nuestras vidas no sea que se me olvide.

Me ha costado mucho imaginarme, a éstas alturas de mi vida, un paseo de novios pelando la pava como cuando estábamos en Babia, cogiditos de las manos templadas por la ternura, sin destino a propósito ni siquiera algún propósito como destino, solamente teniéndonos a media en su riqueza y delectación.

En esta mañana conclusiva del otoño, cuando todavía se arremolinan algunas hojas del calendario sobre las aceras húmedas, sólo recuerdo que ayer encontramos en nosotros mismos la equivalencia biográfica de los amores de Juan Ramón y Zenobia, el caleidoscopio de sus inquietudes tan similares, incluso en el regusto por el verbo y la utopía, el silencio, la hermosura de las cosas sencillas y el amor inmenso.

Retales históricos y verdaderos vinieron a visitar nuestra estancia sublime aquí en la tierra, decoraron el paisaje de nuestras esperanzas mientras te divertías con las palomitas de maíz y yo tejiendo versos en la memoria con tu mata de pelo. Más de una lágrima de nostalgia y algún que otro suspiro también dedicaron sus pleitesías para enajenarnos la prudencia.

En esta mañana de entreotoño primaveral, lo primero que he advertido, con la emoción de un adolescente que aprobó todo el curso de golpe, que uno de mis dedos lucía el sello y la firma de tanta felicidad que me regalaste, mirándome desde abajo en mi delirio hasta arriba en tu altura de mujer inmensa, para concederme la merced de albergar mi corazón junto al tuyo sin pedirle permiso a nadie más que a tu conciencia. Fue obra tuya que yo también hiciese mía, bendita la hora que Dios iluminó.

También recuerdo que nuestra privacidad contaba con algunos curiosos paseantes que, pasmados por la sorpresa, aplaudieron enfervorecidos el final de la escena primera del acto primero de la primera obra que escribimos juntos y que se representaba espontáneamente en una plazoleta cualquiera de Huelva, una tarde plomiza de Marzo con la luz dentro del tiempo, cuando se avistaban las primeras golondrinas que regresaban buscando de nuevo el calor de su hogar.

Todo sucedió después de que nos advirtieran muy severamente que las promesas de amor, siempre se pagan, tarde o temprano y que no vale con imaginarnos la vida del uno sin la del otro para compensar su olvido, ni olvidarse de la vida para poder pagar las promesas antes de su vencimiento, si puede ser mejor.

Así pues, amaneció esta mañana sucinta de primavera reluciendo el amor entre mis dedos, firmado y sellado no sea que se me olvide, con tanta locura de por medio.


  Manuel Silván -25/3/2015


1 comentario:

Del Rosa Al Amarillo dijo...

Magnífico Manolo, me enorgullece haber sido uno de tus primeros "maestros de escuela" (que palabra más bonita).
Un abrazo buen amigo. Diego Lopa

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