Me ha despertado tu llanto.
Un grito dolorido de ausencias que me cercenó el manojo de
sueños que venía hilvanado desde hace tiempo.
Me ha despertado un sobresalto en la memoria de los
convenios sazonados al calor de nuestra alcoba, templada de besos íntimos desde
el más adentro todavía.
He sentido la mordaza implacable del terror infligido por
quien rompe a escondidas los cristales de nuestra esperanza, el infame verdugo
de las maldiciones enconadas, ese que le habla de tú al destino y no cesa en su
empeño de robarte la sonrisa y el ánimo.
Se me ha desbordado sobre la almohada el caudal de tus
lágrimas más amargas, arrastrando consigo una amalgama de inmundicias que han
taponado todas las salidas previstas para estos casos de maldiciones
empecinadas.
Cuando soplan estos vientos desesperados se me rebelan las
palabras para definir mis emociones y se me olvidan las direcciones secretas de
mis musas veneradas.
Me fustigan el corazón enamorado aquellas tropelías que usan
los cobardes cuando salen a pasear los días menos esperados, cuando se les
rompe el culo de estarse quieto dentro de su infamia y buscan afanosos
lacerarnos la paciencia y la fortuna.
El diablo anda suelto y pide a gritos carnaza fresca para
desayunar.
Está revuelto con sus pelos pringosos y un porro de venganza
entre los labios, está buscando clavarse en la paz que hemos construido en su
memoria para vacunarnos contra el desespero y hacerle un hueco definitivo en el
trastero de los olvidos.
Tengo la sensación de que se te han abierto las heridas y
por eso me han llamado esta noche los arcángeles que velan nuestro paraíso.
Por el tono de sus recados he advertido que los brotes
nuevos que ya se abren para nuestra primavera están sufriendo un duro castigo y
amenazan con caerse al vacío del desencanto.
No podemos permitir que se derrame por ahí la savia nueva
que riega nuestras vidas para emocionarnos los corazones sembrados al cobijo de
un amor tan sólido y oportuno como exigen las normas más convenientes.
Ahora mismo salgo a tu encuentro no sea que los bandidos de
la memoria ultrajada se apoderen de nuestro baluarte aprovechando la mínima
flaqueza de tu sonrisa. Para eso estamos alerta el uno y el otro, por si acaso
se quedase alguna puntada suelta en el albedrío de las pasiones cotidianas.
No desesperes, amor que ya tengo mi acero dispuesto para
cercenar la mano disoluta que se te ha trabado entre los silencios, amenazando
tormenta fuera de temporada.
No desesperes, princesa y resiste un poco tus lágrimas que
voy a necesitarlas todas, para refrescarme el amor que alberga en mi alma,
cuando haya liquidado el peligro que nos acecha.
M.Silván
24/3/2015
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