Sobre la locuacidad

...cuando hables, procura que tus palabras sean mejor que tu silencio.

13 de marzo de 2015

Ya se me pasó el miedo




Yo no sabía que las cosas pudieran transcurrir así.

La paciencia me regaló algunos sueños a cambio de dejarme la sinrazón al borde de la vida, pero sin entrar en ella del todo.

En ése limbo de amar casi a obscuras andaban merodeando los ideales que por algún tiempo me regalaban sosiego, me hacían sentir que los infortunios se marchaban para siempre y que las heridas se diluían por los poros de la piel como si de almas despavoridas se trataran.

También se descolgaron muchos besos de mentirijilla bastante sabrosos que saciaron el apetito de mi existencia y a veces dejaban de ser recuerdos para transmutarse a realidad manifiesta.

Las soledades impropias me martirizaban con su angustia y en compensación sólo me regalaban silencios, terribles y profundos silencios con sus espasmos impertinentes.
Con especial insidia se me atragantaban las pastillas para el consuelo.

Hoy, creo que me puedo permitir la contundencia de hablar como agua pasada, que todo terminó entre mi lasitud y mi tormento.
Ya percibo la brisa de tu presencia con mayor asiduidad y siento como me reaniman las caricias que traes contigo, el boca a boca de nuestra complicidad magnífica, percibo con mucha nitidez que todas las distancias se reducen hasta el centro urbano para la vida de andar por casa, que las palabras escritas con tinta dolorosa parecen ahora suspiros de poeta fascinado, que me haces tanta falta para vestirme de hombre consumado como para destocarme la montera de los brindis al sol.

Ya se me pasó el miedo y estoy convencido de que me gané un espacio en tu corazón para albergarme perpetuamente, un espacio que siempre tuve vetado sin saber a quién pertenecía, que su vacío de guirnaldas mistificadas ya no volverá a su tiempo de espera, que ya se convirtieron sus retales en tirabuzones de cortesía y que mis oídos solo pueden captar la frecuencia amable del alborozo en banda ancha.

Ahora ya creo en la tangibilidad de mis alegrías, que es más que justo el premio de sorberte a menudo los nácares de la boca  y que tu sonrisa fiel, clara, sincera y bonita viene a repartirme parabienes todos los días, salvo los de misterios que guardar.

Ahora me atrevo a dictar mis emociones como a cal y canto se cierran  para no desparramarse, que ya estoy a salvo de las inclemencias, que mi cautiverio sólo te pertenece a ti como albacea de mi alma, del claustro divino donde moran los serafines de palacio.

Ya estoy a salvo de tanta mojigatería en  estéreo; las únicas canciones que me saludan cuando amanece cada día son las que me susurras al oído íntimamente.

Mi vida transcurre ahora como cuando en la edad del pavo y a pesar de que los tiempos han cambiado una barbaridad, puede decirse con infalibilidad que hoy me luce, a primavera inmortal, un amor con todas las de la ley, a pesar de que a muchos les cueste trabajo creerlo.


Manuel Silván – 9/3/2015



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